Tic-tac.

"Tic-tac, tic-tac" ¿lo escucháis?, "tic-tac, tic-tac" ¿lo sentís?, "tic-tac, tic-tac" agotador, ¿verdad? ¿preferís ignorarlo?, "tic,tac"¡nada escapa a mis redes y nadie puede evadir mi control!, "tic-tac,tic-tac" no os engañéis constantemente, ¡vuestra sordera jamás será eterna! "Tic-tac..."

Permitidme narrar este emotivo relato. No existen los príncipes azules ni asoman por el horizonte grandes castillos puntiagudos sobre hermosas colinas verdes besadas por el viento. ¡Extraordinario es vuestro deseo de evasión a otras realidades!Transitáis entre mundos de ficción bajo el mismo sol que os debería mantener despiertos. Pero no, qué va; mi relato va más allá de una mera historia de ficción, "tic-tac, tic-tac..."
Vuestra juventud os impide escucharme. Consumís el tiempo creyendo en la infinitud del momento y, sin embargo, destináis un tercio de vuestra miserable vida a retener como esponjas la información, para que os reconozcan y os otorguen títulos honoríficos de honoríficas instituciones que acreditarán, aun más si cabe, la estupidez de vuestra generación. Y mientras tanto..."tic-tac, tic-tac"

¿De verdad creéis que podéis ignorarme con tanta facilidad? Vamos camaradas, sigamos echando un vistazo, ¡merece la pena!

Más tarde, intentaréis comprender lo retenido en vuestra infancia a golpe de martillazos sinsentido, en una fábrica cualquiera de una ciudad cualquiera, solo para asegurar los recursos necesarios que garanticen mi existencia: ¡que no es otra que la siguiente generación! "Tic-tac,tic-tac.."

"Ja-ja-ja-ja"Vamos compañeros, no pongáis esa cara que no es para tanto. Simplemente sois mi sustento. Aunque vuestras madres siempre dicen que no se debe jugar con la comida, ¿verdad? Pues iré al grano:

Finalmente, cuando las fuerzas mengüen y vuestra energía se extinga paulatinamente de vuestros corazones, rechazaréis con ímpetu la muerte y os someteréis a cualquier creencia ancestral que os permita navegar por el océano de la eternidad; conservando lo que más os importa: vuestro ego.

"Tic-tac, tic-tac.."

Y al llegar al final del camino, en el umbral de vuestra insignificante existencia, comprenderéis que Yo Soy el Tiempo; la única razón de vuestra miseria,"tic-tac, tic-tac, tic..."







El asesino

No pude parar. Mi cuerpo se estremeció ante aquella imagen divina y aterradora que troceó el tiempo en fracciones tan ínfimas que ni la ciencia podía medir. Ese instante absoluto sostuvo mi mano por encima de mi cabeza, agarrando aquel puñal oxidado que eclipsaba la luz de la lamparilla.

Las gotas iban derramándose desde el filo del puñal formando lentamente un océano negruzco junto al cadáver. No podía parar. Aquella divina y aterradora imagen ensalzaba toda mi esencia llenándola de infinitas posibilidades. Entre ellas, la de arrebatar la vida.
No hay necesidad de establecer clasificaciones ni nombrar los objetos inertes, ¿para qué perder el tiempo? Admito que fue una persona, eso está claro. Pero ahora es un cadáver, un objeto inerte, un cuerpo en descomposición, un alma presa de la muerte y que vaga por los caminos de la eternidad.

¿Acaso podéis sentir la grandeza de mi acción? No os ofendáis amigos, pero vosotros, tristes marionetas de la sociedad, ni siquiera sois capaces de imaginar más allá de vuestras angostas fronteras. Esta sensación que diviniza mi alma, esta experiencia que me estremece, está al alcance de unos pocos privilegiados que entienden la futilidad de la vida y saben que el miedo a la muerte, se domina con la muerte.

Por esa misma razón no pude parar. El tiempo fue descongelándose y mis venas empezaron a sentir los latidos de nuevo. Yo estaba vivo.

Todo había terminado.





La ciudad sin sueños


Y de repente, los sueños se desvanecieron. La realidad se volvió monótona para la gente de la ciudad y sus vidas; notablemente aburridas, se volvieron desesperadamente insufribles. «Qué extraño, no recuerdo haber soñado nada en estos días» pensaron algunos mientras caminaban para ir a trabajar. Otros, en cambio, no se dieron cuenta de nada, pues a menudo no solían soñar y es verdad eso que dicen: que es mejor no soñar para levantarse descansado.

Dicen también que los sueños nos ayudan a vislumbrar otras realidades paralelas y que las grandes mentes aprovechan para fabricar hermosas ideas que transforman nuestro mundo, en otro mejor. Sin embargo, nuestra pequeña e invisible fábrica de sueños cerró y los felices soñadores se convirtieron en tristes máquinas bípedas automáticas. Buena prueba de ello está en las estaciones de tren, metro o el autobús; las caras alargadas y las personas pegadas a las legañas gigantes sintonizan con la insipidez de la realidad y también con la falta de higiene.

Las ideas que antaño brotaban a raudales por los campos de la imaginación fueron mermándose paulatinamente y los soñadores comenzaron a deprimirse. No tardaron en surgir hechiceros y oradores anunciando la cura para esta crueldad inexplicable de la naturaleza. Poneros en su lugar, la juventud dejó de brillar porque no tenían metas en el horizonte que alcanzar y la vejez, hastiada de trabajar durante toda la vida, no se podía permitir perder los sueños en su tiempo de reposo. Digamos que esta sociedad estaba condenada a la quietud y nada más.

«¿De verdad se puede permitir la humanidad una vida sin sueños?» Por supuesto que no, por extraño que pueda parecer, la mayoría de las personas desterradas del mundo onírico coincidían plenamente, al igual que el eslogan publicitario que se anunciaba a bombo y platillo por la televisión. En efecto, surgió de la nada, como aquel leve pero divino chasquido en un vacío inmenso y rebosante de paz, que provocó una concatenación de consecuencias naturales que nos han llevado hasta la ciudad sin sueños.

La industria onírica se levantó y alzó la mirada sobre la gran ciudad. «Ni un segundo que perder» pensaron, y acto seguido arrojaron todos sus lotes comerciales repletos de sueños para todos los públicos y de todos los colores para todos los gustos: desde sueños eróticos para adolescentes y sus hormonas a flor de piel hasta sueños heroicos, para los más pequeños y algún adulto fanfarrón. Había sueños también para las madres solteras o casadas, padres fracasados o triunfadores obstinados. Daba igual, había de todo y para todos, la panacea se manifestó y por fin la ciudad sin sueños volvería a la normalidad. Siempre que puedas, claro está, permitirte pagar el coste de sus servicios.
Aquella noche y durante bastantes más, la ciudad durmió apaciblemente y soñando lo que cada uno quería soñar; en la horrible ignorancia de los avanzados inhibidores oníricos que la industria instaló sobre la ciudad, privatizando la parte más importante de la vida a precio de oro.
Sesenta segundos
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Sesenta segundos

Será un libro que recogerá una colección de microrrelatos variados.

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