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Artículo Tiendas de barrio

Revista Escuela de Diseño Gráfico
Las Tiendas de Barrio
Con el canto de los gallos, los primeros rayos del sol en las todavía heladas y desiertas calles de las colonias, se escucha el ruido de una persiana de metal que había sido cerrada con candado a tardes horas de la noche anterior y ahora dejaba ver con las primeras luces del día, uno o varios mostradores llenos de galletas, dulces, chocolates, incluso lápices, sacapuntas, borradores, bolsitas de shampoo o cremas para peinar; el tendero de baja estatura y piel morena era quien atendía detrás de barras también de metal, cuadradas, vacías en el centro y pintadas del mismo color que aquel pequeño local estaba pintado por fuera. Por horas y horas se pasaba el tendero dentro de aquel cuarto despachando a cuanto patojo o patoja se acercaba a pedir tan siquiera hijo y aguja y encima regresaba porque ese no era el color del hilo que su mamá le había pedido. A la hora del almuerzo tampoco salía, sino que la muchacha de la tortillería cercana le iba a dejar un par de quetzales de tortillas y allí la pasaba el tendero desde el amanecer hasta casi las once de la noche o doce si es que había alguna fiesta cerca porque iban por aguas Coca o Pepsi, por algunas cervezas bien frías o por tortrix porque la comida de la fiesta no estaba muy rica. Otros tenderos la tenían más fácil porque viven cerca de sus casas o la tienda es el primer nivel, o  lo que pudieron usar como un pequeño vestíbulo para la casa, pero prefirieron poner el negocio.

Como esta tienda las hay en toda Guatemala, incluso en los lugares como la zona viva en donde muchas personas no están de acuerdo porque daña la imagen de ese lugar; hasta las zonas más pobres donde los precios deben ajustarse e incluso la calidad de los productos. Pero lo que no falla son los nombres repetidos como los referidos a la religión, a lugares cercanos o apodos que serían como “Eben-Ezer”, “Ebenezer”, “El Mirador”, “El Manatial” e incluso la tienda cuyo nombre ha costado a los dueños para poner en facturas de cuando van a hacer las largas colas para entrar a La Terminal, los clientes la llaman como conocen al tenedero diciendo “Vamos donde Lucas”. 

Y donde Lucas es una de las tantas tienditas de barrio o como dicen algunos “tienditas de la esquina” porque en cada una hay una tienda, todas y cada una de las colonias tiene más de dos de estas con infinidades de productos detrás de los barrotes metálicos cuadrados que apenas y se ve al tendero o tendera que en su último caso es una señora quien ya pinta su pelo con tintes experimentando con castaños o incluso ser canche para disimular las canas que ya aparecen en la raíz. Los hombres van desde jóvenes a viejos, algunos cuya piel morena y acento les delata que no son de la capital y otros que se han dedicado a este negocio porque en aquellos días no podía aspirar a mucho porque sus papás no podían darle una buena educación aunque son mucho mejores en matemática que muchos niños y niñas que van a la escuela hoy día. 

En muchas zonas las tienditas van pintadas de azul o rojo con blanco, con las letras de las marcas de gaseosas que todo el mundo compra, de las que se pelean por cual es mejor o de la que hay rumores que es la mala mezcla de las dos primeras, o que es por las compañías telefónicas más conocidas del país que casualmente también usan esos colores que no sólo se quedan por fuera de la tienda sino que por dentro alguna que otra vez las barras están pintadas de los mismos colores sino es que de blanco, negro o forradas con cinta amarilla que tiene logos de otras marcas de sopas o cereales para niños; y si es que hay, la tabla donde quien va a comprar pone su chuchería o agüita también tiene publicidad a menos que sea muy pequeña, pero ni así se escapa de una estampa publicitaria de alguna compañía.

Muchas de las tienditas que tienen esas barras separando al tendero o tendera de los que le llegan a comprar es que siempre hay un espacio al medio donde por ahí pasan desde un bombón hasta una botella de tres litros de gaseosa, cajas de cereal o el cartón de huevos para el mes y vaya a saber como le hacen porque alrededor de ese pequeño rectángulo hay mini estantes con dulces o chucherías que cuelgan como chorizos en carnicería. Hasta pareciera que ese pequeño espacio es el que se oxida más rápido que el resto de la reja nada más por ser testigo de chismes, consejos y tertulias del medio día o en la tarde noche antes de ir a hacer de cenar a la familia. 

Las paredes internas de las tienditas de barrio, de las que pueden verse, casi nunca se sabe de que color están pintadas porque tantos afiches colocados uno encima del otro a veces tapando a la competencia, otras por querer jugar limpio buscan un espacio entre los barrotes, la pared o entre ambos haciendo hasta lo imposible porque su afiche no sea de los primeros que vayan a quitar en los próximos días o en los próximos años aún así esté muy lleno de polvo. Lo chistoso es cuando llega promoción de dulces, chocolates o alguna otra chuchería que dice “¡Muy pronto!”, pero nunca llega y los niños de tanta espera que ya olvidaron que esperaban con tantas ganas.

La otra clase de tienditas que no usa los ya muy mencionados barrotes metálicos, no divide al tendero de sus clientes a no ser que esté detrás del mostrador que está infestado de galletas, dulces, gomitas, gelatina para el pelo, shampoo; al que llega a comprar le espera por costumbre la mirada penetrante del tendero que lo mira desde que entra y busca y busca como si hubiese perdido un arete, la chuchería que quería y si no la ve, pregunta como si la tuvieran escondida detrás del mostrador.

Es en este tipo de tiendas que parecería que el espacio es casi infinito y si quitas un producto habrá otro que tome su lugar segundos después de que lo hayan agarrado. Aquí es donde se encuentran desde frutas, verduras hasta frutas, pepino y otras comidas que se puedan poner en una bolsa plástica transparente, agregarse pepita, limón, a veces sal, chile cobanero, consomé y cuanta cosa se les ocurra a los patojos.

Moverse dentro de estas tiendas requiere una táctica especial de pasito a pasito, no importa si es muy gordo o muy flaco porque si se mueve mal un pelito se corre con la mala suerte de botar algo y no vaya a ser el canasto de las frutas o verduras, mucho menos las escobas o los pashtes, o las pelotas; vaya a ser que al tendero se le haya ocurrido vender pan y esté afuera por donde pasamos porque también se puede caer.  También es de cuidado abrir las puertas de los refrigeradores de las aguas porque a veces no se pueden abrir por completo, buscar el agua lleva desde un segundo hasta cinco minutos, sin mencionar los hombres que llegan por la chelita bien fría el fin de semana por la noche o cuando son desvergonzados y llegar al inicio de semana antes del mediodía o incluso antes de las once de la mañana.

Tampoco faltan los distinguidos letreros de fondo amarillo y letras rojas cuyas leyendas son tan entretenidas como ingeniosas “Fiado solamente a mayores de 99 años que vengan acompañados de sus padres” rezaba uno en la tienda de una señora ya anciana y de poca paciencia con los niños, cuya tierra muy mencionada en canciones, nacida en el Tamarindal, pero bien que se conocía el negocio de la tienda desde hace muchos años atrás. En su tienda se puede entrar un poco, aunque no pasearse entre los productos, pero quien llega es atendido siempre de buena gana y de estos carteles ha tenido varios como “Si le doy fiado, se alegra y si se lo cobro, se enoja. Evitémoslo”.  Además de tener imágenes de la Virgen en un cuadro que para las fechas de las fiestas de diciembre siempre pone a funcionar y se ven luces de diferentes colores al igual que un florero plástico con flores de mentira y muy empolvadas de estar guardadas desde enero hasta mediados de noviembre siendo sacadas otra vez para las fechas aún funcionando luego de casi un par de décadas.

¡Ah! Pero cada que le llevan producto nuevo lo ofrece como si lo conociera como la palma de su mano aunque en verdad nunca lo haya probado. La señora es bien conocida por muchos de la colonia, nuevos o los que se van, siempre la tienen como buena persona aunque a veces hable con sinceridades porque según dice la tendera, es de Zacapa y así la crió su abuela. Por lo mismo siempre insiste que las cervezas son sólo para llevar, que los cigarros no le gusta que los enciendan dentro porque queda el mal olor y llegan niños. A quienes, aunque les tiene poca paciencia ahora por su edad, siempre les ha atendido de muy buena gana buscando la forma de conocerlos para dejarles un tiempo escogiendo que quieren o de ser necesario reprenderlos por faltar el respeto a los mayores como ella.

Pocos han tenido la experiencia de que alguien de la familia tenga una tienda de barrio o que conozcan muy bien al tendero sabiendo que la gente del interior del país tiene mucha astucia para el comercio y se nota fácil que en todas y cada una de las tienditas hay contaminación visual por todo el relajo de los afiches en las paredes, recortes de chistes que ponen porque si, publicidad de iglesias, avisos de la municipalidad, avisos de la colonia, mensajes religiosos que compraron a un vender ambulante, entre otras cosas más que son muy propias de estos pequeños negocios.

En el negocio de esta tendera, Doña Angélica, señora viuda desde hace un año y que sus ya cansados ojos no olvidan a quien en vida fue su amado esposo, hombre honrado y respetado por muchos de la colonia donde viven y sirven con su tienda; puede mencionarse otra característica peculiar y cómica que es de usar los enfriadores como refrigeradores para guardar cremas, quesos, embutidos de varias clases como salchichas o jamones, sin importarles la reputación de la empresa a quien pertenece el aparato y mucho menos si se ve o no la marca de las comidas que allí guardaron, incluso se ha visto que guardan las aguas de la marca de rojo en el enfriador de la marca de aguas azul y viceversa.

Las tienditas de barrio han existido por largos años y será muy difícil que algo las sustituya en la ciudad como fuera de esta, tampoco se verá que los tenderos vayan a hacer un cambio drástico que les lleve a tener otro estilo para hacer sus negocios o en la forma de como se ve el pequeño local por la simple y sencilla razón que el guatemalteco es así,  acostumbrado a ver aquel alboroto de chucherías, dulces, aguas entre productos de belleza y otras comidas. Las tienditas de barrio se encuentran en muchos países, pero lo que las hace tan propias de nuestro país es la forma en que el guatemalteco es tanto para vender como para comprar allí y preferirlos antes o después de la escuela o para ir tomarse una agüita en la tarde y para la tertulia con el tendero de la colonia que tan conocido es.
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